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Llamado a las Armas

Vida en el ejército: la vida en el ejército mexicano

Por Donald S. Frazier

Soldado mejicano

La vida en el ejército mexicano. El ejército mexicano de 1821 a 1854 estaba compuesto mayormente por campesinos que eran reclutados u obligados a prestar servicio. Así, mientras duró la guerra, la cultura y la vida social de las tropas mexicanas fue un reflejo de la cultura de México en su totalidad. Al igual que su contraparte civil, los soldados de México disfrutaban de la música; respetaban celosamente los rituales católicos, sino es que también sus principios; eran independientes en términos de medicamentos y comida; mantenían un saludable cinismo hacia su gobierno y practicaban varias formas de recreación como la conversación, la bebida y los juegos de habilidades y de azar. Como en su mayoría eran analfabetos, los soldados comunes que pelearon por México no dedicaban mucho tiempo a escribir diarios ni cartas, ni a leer libros; ésas eran actividades que más bien distinguían al cuerpo de oficiales. Durante las tres primeras décadas de independencia, uno de los aspectos que tuvo el efecto más importante en la cultura del ejército mexicano fue el gran número de mujeres que acompañaban a las tropas.

La música abundaba. Desde las medianamente sofisticadas bandas militares que acompañaban a cada ejército hasta las simples flautas de madera de los soldados rasos, las melodías de las marchas castellanas y los corridos indios resonaban en medio de todos los campamentos. En 1836, cuando el general Antonio López de Santa Anna marchaba rumbo al norte para doblegar la rebelión de Texas, su guardia de avanzada de 2,000 hombres iba acompañada por una banda de 150 integrantes. El repertorio de la banda incluía melodías heredadas del ejército español, aires revolucionarios al estilo de la “Marsellesa” y valses campesinos que les recordaban su hogar. Un observador de los primeros momentos del sitio del Álamo notó que la banda tocaba, con frecuencia, fragmentos de la ópera El barbero de Sevilla.

Como era un ejército católico, se necesitaban sacerdotes sobre la marcha. Estos hombres eran más en número que los capellanes obligatorios de los ejércitos estadounidenses y cumplían la doble función de confesores y agentes del orden. Según fuera la energía de los curas del ejército, así se respetaba el calendario católico en el campo de batalla. Antes de la batalla, los sacerdotes ofrecían oraciones y bendiciones; después de la lucha, oficiaban ritos y otorgaban la absolución.

Sin embargo, quienes verdaderamente mantenían la moral de los soldados era las ubicuas soldaderas. Estas mujeres no tenían una función oficial en el ejército, pero sí acompañaban a todas partes a sus maridos, hermanos, clientes y amantes como lo habían hecho desde los primeros tiempos. Estas mujeres cumplían varias funciones útiles como, por ejemplo, la hacían de lavanderas, cocineras, enfermeras y criadas. Esta relación informal pasó a constituir una parte tan importante de la guerra en México que los oficiales del ejército a menudo descuidaban la logística porque esperaban que las soldaderas compensaran cualquier deficiencia.

Los soldados mexicanos tenían que soportar los efectos de un deficiente sistema de logística y atención médica. La comida escaseaba con frecuencia y tenían que obtenerla presionando a los residentes a su paso. A veces también se requisaban animales. En consecuencia, las tropas a menudo pasaban tiempo fuera del campamento buscando provisiones. En el combate, las armas y las municiones de las tropas no eran confiables. La pólvora y las balas solían escasear entre los militares mexicanos, y los soldados con frecuencia se enfrentaban a las fuerzas estadounidenses con menos de una caja de cartuchos. Los hombres que resultaban heridos en batalla enfrentaban un futuro penoso. El cuerpo médico del ejército mexicano era prácticamente inexistente y hasta la menor herida podía tener como consecuencia semanas de agonía y la muerte. Los soldados que no recibían la atención de parientes o amigos a menudo eran abandonados por sus oficiales.

La realidad era que en el ejército mexicano había un abismo que separaba a los soldados rasos enlistados de sus oficiales. El cuerpo de oficiales, considerado un bastión de riqueza y privilegio, estaba lleno de aristócratas a quienes poco les importaba el bienestar de sus hombres. Estos líderes, la mayoría de las veces, veían su puesto como una oportunidad para alcanzar la gloria personal y beneficios económicos. En consecuencia, las nóminas desaparecían, había soldados fantasmas que permanecían en la nómina con el fin de seguir recibiendo pagos y provisiones, y los alimentos y las municiones a menudo se "perdían". Mientras estaban en campaña, Santa Anna se refería a sus hombres como "cobardes" y veía sus vidas como meras herramientas para avanzar en su carrera. La justicia militar era muchas veces arbitraria, y los castigos en el campo, debidos a crímenes reales o inventados, eran severos y comprendían desde la ejecución en la horca o ante un pelotón de fusilamiento hasta los azotes, el marcado con un hierro candente y los golpes con fustas. Aun así, cuando estos mismos oficiales los llamaban a prestar servicio heroicamente, los soldados cumplían con su deber lo mejor que podían.

Otra característica del ejército mexicano de 1821 a 1854 es que pasó más tiempo luchando contra otros mexicanos en los distintos golpes de estado y al servicio de diversos caudillos que combatiendo a extranjeros. Por lo tanto, las batallas no eran tan letales ni las campañas tan prolongadas como aquéllas que experimentarían al enfrentarse contra Estados Unidos, Texas, Francia, España o los indios.

Cuando estaban fuera de la mirada vigilante de los sacerdotes y los oficiales, los hombres del ejército mexicano disfrutaban de los pasatiempos universales a los que se dedican los soldados en todo el mundo. Los juegos de azar eran muy frecuentes: desde las cartas hasta los dados y las carreras de caballos entre los regimientos montados. Los soldados mexicanos muchas veces componían poemas y canciones que satirizaban su difícil situación. Los fandangos y los bailes improvisados acompañados de bebida eran los entretenimientos preferidos del ejército en el campo.