James K. Polk
Bravatas y fronteras: James K. Polk y su política en la cuerda floja
Una conversación con Sam W. Haynes
Universidad de Texas en Arlington
¿Qué tipo de hombre era James K. Polk?
James Knox Polk era un abogado de pueblo, un hombre provinciano tanto en su perspectiva como en sus gustos. Era un hombre con un gran sentido del deber y de las obligaciones profesionales que a muchas personas les daba la apariencia de ser frío, reservado y distante. No era hombre que hiciera amistades fácilmente, ni tampoco tenía muchos intereses. Dentro de lo que sabemos, sus únicos materiales de lectura eran documentos gubernamentales y las Escrituras.
Polk era muy metódico: un hombre que daba una atención escrupulosa a los detalles. Era un hombre cuya mente estaba cerrada a las abstracciones y a las nuevas ideas. Pero una de las cosas verdaderamente notables de Polk era su sentido de confianza en sí mismo. En el diario que mantuvo como Presidente de Estados Unidos, no existe la menor señal de que haya tenido la más mínima duda de sí mismo.
¿Cuáles eran los objetivos de Polk al ascender al mando?
Polk tenía una gran convicción en que el programa Jacksoniano era el único que valía la pena perseguir, lo cual le dio un sentido de enfoque que otros posiblemente no tenían. No parece haber tenido ningún interés en conceptualizar asuntos políticos más amplios, como tampoco aptitud para ello. Tenía mucho más interés en implementar las políticas; lo cual no quiere decir que Polk no estuviera interesado en el panorama de las situación; sólo necesitaba que alguien se lo mostrara.
Esa persona fue Andrew Jackson. Poco antes de su muerte en 1845, Jackson se obsesionó con la idea de que la Gran Bretaña intentaba encerrar a Estados Unidos y bloquear su crecimiento territorial al establecer control político en áreas como Texas, California y Oregón. En las palabras de Jackson, este tipo de circunvalación "formaría un anillo de hierro que costaría océanos de sangre hacer pedazos". No hay duda que Polk tomó esas terribles advertencias muy en serio.
¿Qué tipo de administrador resultó ser?
Poco antes de que Polk se hiciera Presidente, escribió una carta a un amigo en la cual le decía: "Tengo la intención de ser yo mismo, Presidente de Estados Unidos". Poca gente hubiera sabido lo que esto realmente significaba. Polk estaba determinado a ser un vigoroso jefe del ejecutivo, en forma muy parecida a la de su mentor, Jackson. A Polk no le gustaba delegar autoridad, y por lo tanto se involucró en los asuntos cotidianos de los miembros de su gabinete.
Hoy día nos referiríamos a Polk como un micro-administrador. Era el tipo de persona que se sumergía en las obligaciones del mando y se involucraba literalmente en todo detalle de la burocracia de Washington. Claro que hay que tener en mente que en esa época el presidente no tenía un personal ejecutivo grande. De hecho, Polk sólo tenía un asistente de secretario, su sobrino, a quien pagaba de su propio bolsillo. Ese era todo el personal ejecutivo en la Casa Blanca.
Así que le gustara hacerlo o no, Polk se vio forzado a asumir muchos de los deberes que no esperaríamos de un presidente en la actualidad. Pero cuando comenzó la guerra, nunca hubo dudas que Polk fuera a tomar manos en el asunto en cuanto al esfuerzo bélico. Sería Comandante en Jefe en el sentido más completo de ese término.
¿Cuáles eran las intenciones de Polk cuando envió a John Slidell a negociar con México?
Cuando John Slidell recibió sus instrucciones de la administración de Polk, se le dieron esencialmente cuatro cosas que debía hacer en la Ciudad de México. La primera era negociar la frontera del Río Grande (conocido como Río Bravo del Norte en México). La segunda era llegar a algún tipo de acuerdo respecto al asunto de demandas o dinero que México debía a los ciudadanos estadounidenses. Polk pensó que podría vincular ambas cosas y perdonar esa deuda a cambio de que México reconociera la frontera del Río Grande.
Luego, casi como idea tardía, Polk le pidió a Slidell que tanteara el interés del gobierno mexicano en vender California y Nuevo México. Entonces esos eran los cuatro objetivos de Slidell: establecer la frontera del Río Grande, resolver la cuestión de las demandas, y la posible compra de California y Nuevo México.
Polk no se dio cuenta del tipo de reacción que esto tendría en la Ciudad de México. Estados Unidos acababa de adquirir a Texas, un acto que enfureció a México y que lo incitó a suspender relaciones diplomáticas. El enviar durante esta etapa a un diplomático con instrucciones de comprar más territorio mexicano era la receta de un desastre.
¿Por qué le pidió Polk a Slidell que persiguiera en ese momento la posibilidad de comprar a California? Este era un periodo muy sensible en las relaciones entre Estados Unidos y México, y claramente no era el mejor momento de abordar el asunto. Pero Polk había escuchado rumores que la Gran Bretaña estaba interesada en California y que posiblemente tomaría acción para imponer su control político sobre la región. Por largo tiempo se habían escuchado rumores que México, muy endeudado con la Gran Bretaña, posiblemente cedería California a los obligacionistas británicos.
Por consiguiente, en 1845, la cuestión de California de repente adquirió un nuevo sentido de urgencia. Polk quería adquirir a California antes que los británicos lo hicieran, y ésa es la razón que se incluyó en las instrucciones dadas a Slidell.
Polk quería a California, pero más que todo, no quería que Gran Bretaña la adquiriera. La suposición de Polk era que Estados Unidos adquiriría a California en un futuro no muy distante. Pero los rumores que México posiblemente cedería el territorio a los británicos preocupaba bastante a Polk. Significaba la marcada posibilidad que se podría impedir la expansión de Estados Unidos hasta el Océano Pacífico. Entonces, aunque ésta era una cuestión muy sensible en las relaciones entre Estados Unidos y México, Polk le pidió a Slidell que negociara la compra de California y Nuevo México.
¿Qué reflejaba esto sobre el entendimiento que Polk tenía de la diplomacia internacional?
Las sutilezas de las negociaciones diplomáticas entre las naciones eran algo incomprensible para una persona como James K. Polk. Él practicaba una política en la cuerda floja. En realidad, no importaba que el país fuera México o La Gran Bretaña: su posición para negociar era la misma. Polk realmente creía que podía presionar a ambas naciones y lograr que se rindieran a las exigencias estadounidenses.
Esto presentaba un problema muy grave en el caso de México. México se encontraba muy sensible a las ambiciones territoriales de Estados Unidos; así que, cuando Estados Unidos intentó presionarlo con adicionales exigencias territoriales, México no tuvo la menor intención de acceder.
A Polk no le importaba la reacción mexicana. Cuando envió a Slidell a la Ciudad de México, aparentemente nunca consideró que esto tendría un impacto desastroso en las relaciones entre Estados Unidos y México. Algunas personas son de la opinión que esto sugiere cierto desdén de Polk hacia el pueblo mexicano, y creo que es un argumento válido. Polk estaba completamente inconsciente de la posición y el temperamento mexicanos. Simplemente no le importaba.
La administración de Polk no entendía la política mexicana. El gobierno de José Joaquín de Herrera estaba dispuesto a encontrarse a medio camino con la administración, y era el primer gobierno mexicano dispuesto a considerar la posibilidad de que Texas se habría perdido para siempre. Entonces, Estados Unidos envió a Slidell a México con una lista de exigencias imposibles, y ésto, más que cualquier otra cosa, fue responsable del colapso del régimen de Herrera. Lo irónico del caso es que tanto Polk como Slidell se alegraron de la caída de Herrera, pues lo veían como un presidente débil y tenían la esperanza de que un presidente más fuerte estaría en mejor posición para negociar. Lo que ninguno de los dos entendía era que el General Mariano Paredes, quien derrocó el gobierno de Herrera y se instaló como presidente de México, era sumamente antiestadounidense, y las relaciones entre Estados Unidos y México se deterioraron aún más.
Es posible que Polk se haya sorprendido cuando las tropas mexicanas dispararon contra las de Zachary Taylor. Polk operaba bajo la suposición de que la presión diplomática y militar forzarían a México a rendirse ante las exigencias estadounidenses.
Polk empujó el mensaje de declaración de guerra en el Congreso con un debate limitado. Para esas alturas, ya había rechazado la diplomacia como opción y, como resultado del rechazo de Slidell por parte de México, había decidido que una guerra sería necesaria para defender el honor nacional.
Como se había disparado contra tropas estadounidenses, el Congreso era de la opinión que no existía otra alternativa más que la de apoyar al Presidente en esta crisis. Pero habían muchos miembros del Congreso –"Whigs" y demócratas– que sentían que habían sido forzados y presionados a apoyar una declaración de guerra contra México. Sentían que los factores a favor y en contra de una guerra no habían sido evaluados de manera satisfactoria. Entonces, existía un sentido persistente de resentimiento en el Capitolio que volvió a surgir más tarde a medida que ciertos congresistas de ambos partidos comenzaron a hablar en contra del esfuerzo bélico del Presidente.
¿Estaba siendo optimista Polk al pensar que sería una guerra breve, o fue simplemente cuestión de que era corto de vista?
Polk no pensó que la guerra fuera a durar mucho tiempo. Si alguien le hubiera dicho al comienzo que en 18 meses las tropas estadounidenses estarían acampadas en las afueras de la Ciudad de México, simplemente no lo hubiera creído. Polk realmente pensaba que México se rendiría a la primera oportunidad. Cuando supo de las victorias estadounidenses en Resaca de la Palma y Palo Alto, pensó que la guerra había terminado, pero no fue así. Después de la victoria de Taylor en Monterrey, pensó que la guerra había terminado, pero una vez más no fue así. Polk estaba absolutamente convencido que se llegaba el fin cuando Winfield Scott tomó a Veracruz; pero por supuesto, tampoco fue así.
Cuando Santa Ana ofreció venderle a California y Nuevo México por treinta millones de dólares, le envió el mensaje equivocado a alguien con la personalidad de James K. Polk. Desde ese momento en adelante, Polk tuvo la convicción que los líderes mexicanos preferían vender lotes grandes del patrimonio nacional en vez de emprender una guerra costosa, y ése fue uno de los mayores errores que cometió durante este conflicto.
Polk no lograba comprender por qué México seguía luchando. A medida que la guerra se prolongaba, el movimiento antibélico en Estados Unidos seguía creciendo; y tal como sucedió con la guerra contra Vietnam, poco más de un siglo más tarde, Estados Unidos comenzó a encontrarse en un atolladero del cual aparentemente no había una salida honorable.
Para Polk, la única opción era seguir hacia adelante, seguir presionando a México en el ámbito militar y diplomático, con la esperanza de que la guerra concluyera rápidamente.
Como presidente, ¿cómo se recuerda a Polk?
Polk era un ejecutivo muy fuerte, particularmente de acuerdo a las normas del siglo XIX. Tenia una agenda política claramente definida, algo que muy pocos presidentes del siglo XIX tenían, y la cual llevó a cabo. En la época de 1840, los demócratas estaban sumamente divididos sobre un gran número de asuntos, lo que hace que los logros de Polk sean más extraordinarios y tengan aún mayor significado.
Polk siempre será juzgado severamente por la guerra entre Estados Unidos y México. Claramente, Polk él fue responsable de la conversión de Estados Unidos en un imperio transcontinental; pero al mismo tiempo, también fue responsable de la retirada del idealismo del siglo XVIII.
Muchos historiadores por eso nunca han perdonado a James K. Polk. Lo que ven en él es un presidente que hizo una guerra de conquista en contra de un vecino más débil. Pero las consecuencias de esa guerra claramente beneficiaron a Estados Unidos.
Entonces, ¿cómo se pueden reconciliar ambas cosas? Por un lado, ¿quieren los estadounidenses aceptar su papel como potencia mundial? ¿O quieren adherirse a esos principios elevados que fueron responsables del nacimiento de esta nación en el siglo XVIII?
Esas son preguntas que rehusan desaparecer. Los estadounidenses se han visto forzados a lidiar con ellas desde mediados del siglo XVIII hasta ahora en el siglo XX. Los estadounidenses, particularmente en sus relaciones con otras naciones, han tenido que enfrentarse con la paradoja esencial de lo que su república realmente significa.