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Llamado a las Armas

Organización del ejército mexicano

Por William DePalo, Jr.
Universidad de Nuevo México

Soldado mejicano El ejército mexicano de 1846 listaba 18,882 tropas permanentes (los "permanentes") organizadas en 12 regimientos de infantería (de dos batallones cada uno), ocho regimientos y un escuadrón separado de caballería, tres brigadas de artillería, una brigada de dragones y un batallón de zapadores. Para suplementar a los permanentes había 10,495 milicianos activos (los "activos") asignados a nueve regimientos de infantería y seis de caballería. Con oficiales permanentes del ejército a su mando, se suponía que la milicia se activara sólo en tiempos de emergencia; sin embargo, en realidad la mayoría de las unidades se retenían indefinidamente en servicio activo. Destinados a lo largo de la periferia norteña, las compañías presidiales reportaban 1,174 tropas adicionales. Escasamente entrenadas e inadecuadamente pertrechadas, estas unidades fronterizas se encontraban demasiado lejos para afectar la correlación de fuerzas en los principales teatros de guerra.

Estas formaciones permanentes estaban repartidas entre cinco divisiones militares delineadas territorialmente y cinco comandancias generales. Se había establecido un estado mayor general para coordinar la concentración de brigadas y unidades con tamaño de división para practicar las tácticas lineares necesarias para triunfar en el campo de batalla convencional. La dispersión regional de fuerzas, sin embargo, impedía una autoridad militar centralizada e incitaba el localismo. Las propuestas de reagrupar las formaciones dispersadas del ejército permanente en divisiones de guarnición donde las unidades pudieran entrenarse en forma rutinaria bajo la supervisión de oficiales con experiencia no se realizaron antes de que estallaran las hostilidades con los Estados Unidos.

Esta estratagema para la distribución de las fuerzas regionales obligó al ministerio de guerra a confrontar la agresión extranjera con ejércitos extemporáneos compuestos de las formaciones más fácilmente disponibles. Por lo general, las filas de estos ejércitos apresuradamente compuestos estaban llenos de conscriptos requisados al servicio a través de la detestada leva. Propensos a la deserción, sublevación y al hurto, estos conscriptos eran difíciles de entrenar y de disciplinar, pero luchaban razonablemente bien cuando se les dirigía con resolución. La creación repetitiva de ejércitos improvisados evitaba que las unidades mexicanas adquirieran la cohesión y la camaradería necesarias para perseverar bajo circunstancias difíciles. En los campos de batalla donde el liderazgo de unidades pequeñas y la iniciativa individual eran claves al éxito, tales organizaciones fusionadas decididamente se encontraban en desventaja.

La única excepción a esta improvisación era el ejército del norte del general de división Mariano Arista con sus 5,200 tropas. Creado después de la pérdida de Texas para resguardar la frontera extendida del Río Bravo del Norte (Río Grande en EU), era la formación militar mexicana de mayor experiencia y la que enfrentó al ejército de ocupación del general Zachary Taylor en las cuatro batallas principales de la campaña norteña. Desplegados de nuevo al Valle de México en julio de 1847, bajo el mando del general de división Gabriel Valencia, el ejército del norte aguantó lo peor de la acción en Padierna y, después de allí, dejó de existir como fuerza eficaz para luchar.

El avance inminente del general Winfield Scott a la parte central de México causó que el ministerio de guerra activara el ejército del este en marzo de 1847. Con el general presidente Antonio López de Santa Ana a su mando, esta fuerza de 11,000 hombres era una fusión de unidades destinadas en la parte central de México, fragmentos del ejército del norte y vestigios de la guarnición derrotada en Veracruz. Después de su desintegración en Cerro Gordo, el ejército del este se reconstituyó bajo el mando del general de brigada Manuel María Lombardini con los sobrevivientes de esa batalla y ciertos batallones selectos de la guardia nacional. Compuesto de residentes del valle pertenecientes a las clases media y baja, estas tropas de la guardia nacional tenían un interés personal en la preservación de sus hogares y lucharon tenazmente para defender las plazas fuertes en el perímetro de la capital.

La responsabilidad de impedir las comunicaciones de Scott con Puebla y de resguardar la línea desde Acapulco hasta la Ciudad de México se confió al ejército del sur y sus 3,000 hombres. Con el inflexible cacique sureño Juan Álvarez a su mando, esta formación predominantemente de caballería influenció la guerra sólo en forma mínima, hasta Molino del Rey, cuando la renuencia de Alvarez a comprometer su caballería probablemente afectó el resultado de ese combate. Un contingente de 3,800 hombres bajo el liderazgo nominal del general de división Nicolás Bravo redondeaba la estructura de fuerzas de la campaña del valle. Designado como el ejército del centro, esta organización ad hoc se ubicó inicialmente para proteger la línea de Mexicalzingo a San Antonio. Después de eso, elementos del ejército del centro participaron en la lucha de la cabeza de puente de Churubusco y en la defensa de Chapultepec.

Como no habían depósitos del gobierno establecidos, los soldados mexicanos rutinariamente obtenían suministros de comunidades cercanas o saqueaban el área. En vista de que las compras locales habitualmente se compensaban con libramientos incobrables de la tesorería, las tropas pasaban hambre con frecuencia. Las deficiencias logísticas del sistema del ejército eran compensadas, en parte, por las esposas y novias de los soldados ("soldaderas"), quienes invariablemente acompañaban cada campaña. Al desempeñar las tareas esenciales de coser, cocinar, hacer la limpieza, saquear y buscar forraje, y atender a los enfermos y heridos de ambos ejércitos, las soldaderas aportaron una significante contribución al esfuerzo bélico mexicano.