Los Consecuencias
Una guerra de violencia y violaciones: Las consecuencias de la conquista
Una conversación con Antonia I. Castañeda
Universidad de Santa María
¿De qué manera el conflicto entre México y Estados Unidos afectó a individuos y familias durante y después de la guerra?
Como ninguna otra, la guerra entre Estados Unidos y México fue fundamentalmente una de violencia; una violencia que no terminó al concluir la fase militar de la guerra. La violencia y las violaciones que la gente sufrió no fueron sólo en términos de despojarla de sus tierras o de sus trabajos, sino, en última instancia, también fue un esfuerzo por despojarla de su idioma.
Literalmente, las familias fueron partidas en dos. Las familias tenían tierras y casas. Luego se creó una frontera política artificial y, de repente, parte de la familia estaba de un lado, parte de la familia de otro. En cierto sentido, estas familias de repente se convirtieron en enemigas en lados contrarios, aunque entre ellas no se veían así.
Aparentemente, la guerra fue por territorios, expansión continental, acceso a los puertos del Pacífico, y acceso y propiedad de los maravillosos minerales y riquezas del subsuelo. La guerra fue por tierra, trabajo y riqueza. Sin embargo, también fue por idioma, cultura, raza y religión. Era por una manera de ser. Era por una manera de entender el mundo.
Tenemos que comprender que la guerra entre Estados Unidos y México fue por violencia, racismo, apropiación y expropiación. La guerra fue por esclavitud y acceso a más tierras productoras de algodón que incrementarían el tamaño de la población esclava. La guerra fue por el trabajo, la adquisición o la hechura de riquezas, por el desarrollo capitalista y lo que eso significa. La guerra fue por la plusvalía de algunos grupos, y en ese proceso hubo gente que fue violada. La violencia no sólo fue militar, sino que además fue una violencia contra el alma, una violencia contra el espíritu tanto de aquéllos que cometieron la violencia como de aquéllos que la sufrieron.
¿Cómo sigue afectándonos la guerra en la actualidad?
Vivimos las consecuencias de esa conquista. Todos vivimos con el impacto y los efectos de la adquisición de esas tierras, del desplazamiento de la gente de esa tierra, la apropiación de su trabajo a salarios insuficientes para tener una vida llevadera. De hecho, de alguna manera, continuamos peleando la guerra una y otra y otra vez.
Creo que los estadounidenses hemos arribado a esta situación en particular porque no hemos aceptado nuestra historia. No hemos aceptado lo que significó ser una nación conquistadora, lo que eso significó para quienes eran considerados ciudadanos de dicha nación y lo que significó para quienes ya estaban en esa tierra y fueron conquistados y subyugados.
A fin de ser la potencia dominante en la que Estados Unidos se ha transformado, el proceso borró la historia de ese pueblo. Al borrar esa historia, se quiere borrar el pueblo y el pueblo no se borra. Así que el pueblo ha luchado, ha resistido y ha sobrevivido. Sigue siendo parte de esa lucha por la sobrevivencia.
Así que, ¿cómo podemos vivir en estos diferentes enclaves sin realmente conectarnos y conocernos mutuamente? ¿Cómo vivimos con estas múltiples consecuencias?
Hasta cierto punto, vivimos con ellas debido a esta borradura histórica. Eso comienza a cambiar, pero está aún en proceso. Los historiadores están volviendo a pensar, a ver otra vez los documentos y a reinterpretarlos, pero eso ocurre principalmente en el mundo académico.
La mayoría de nosotros no sabemos mucho de la historia del lugar en el que vivimos ni de la gente con quien vivimos. Damos por hecho que todos compartimos una historia nacional. Ciertamente, compartimos una historia nacional, pero la hemos vivido de modos diferentes.
Al pensar en esta guerra de 1846 a 1848 como sólo una guerra entre dos naciones hace que se excluyan muchos pueblos. Los pueblos mestizos de Texas, los texanos de Texas, los neomexicanos de Nuevo México, los californianos de California y de otras partes de lo que ahora es Arizona: a estos pueblos no los reclamó ninguna de las dos naciones. Así que pensar en la guerra sólo en términos de historias nacionales excluye a miles de personas que ya estaban aquí, entre ellas poblaciones indígenas que incluso llevaban más tiempo aquí. A estos pueblos no los reclamó Estados Unidos ni los reclamó completamente como ciudadanos y México los perdió. ¿Qué les quedó a estos pueblos? Perdieron su tierra y no tienen una nación porque ninguna los reclama. ¿Esto en dónde los deja? Básicamente, borra sus existencias o las supedita a ser menos que ciudadanos de segunda clase, que, de hecho, es lo que ocurrió.
Son múltiples las violaciones de entonces y de ahora. Esta fue una violación en términos de tierras. De repente, la gente perdió su tierra por medios legales o extralegales, de modo que lo que una vez fue su patria ya no lo es. Se da la violación y la violencia en cuanto al idioma: el que fue tu idioma y el de tus antepasados ya no es aceptable, así que es ilegítimo y, por lo tanto, tú eres ilegítimo. Las formas y formulaciones culturales, las sensibilidades y la estética se rebajaron, descartaron, desacreditaron o deslegitimizaron; en otras palabras, se hicieron inaceptables. La violencia contra tu trabajo radió en no recibir un sueldo justo, ya que desde muy temprano hubo sueldos segmentados para mexicanos, negros y blancos.
El catolicismo para nuestra gente que era católica fue y sigue siendo una fusión de múltiples elementos: el europeo, los de varias culturas indígenas y el africano. Así que aunque la iglesia católica envió sacerdotes nuevos y continuamos practicando religión, no lo era necesariamente de un modo al que estuviéramos acostumbrados y que tuviera sentido para nosotros.
Desde mi perspectiva, seguimos viviendo esa violencia. No ha sanado. Vivimos con las consecuencias de esa violencia. Para poder superarla tenemos que aceptarla, reconocer su realidad y su significado para todos nosotros.
Desde el siglo XIX la experiencia histórica ha sido un esfuerzo por borrar nuestro idioma con el transcurrir del tiempo. Seguimos sin tener la tierra en su mayor parte. Las guerras culturales que vivimos cotidianamente siguen de múltiples maneras. Así que todos vivimos con esas realidades sin importar la posición que ocupemos en la sociedad.
Para la gente de origen o ascendencia mexicana, el vivir esas realidades significa afirmar constantemente, como individuos, como familia, como colectividad -- como un pueblo, su historia -- su idioma y su cultura. Es una lucha diaria y constante.
Podemos establecer una analogía del fin de la guerra de Estados Unidos contra México con el de la conquista europea de las Américas. De hecho, es una continuación del mismo proceso. En un periodo muy corto se alteraron, modificaron e invirtieron totalmente vidas, culturas, idiomas, modos de ganarse el sustento, gobiernos, estructuras y modos de ser de los pueblos que ocupaban esos espacios. Se alteró y modificó totalmente todo lo conocido. Tuvo uno que rehacer, reformar, recurrir, recrear, establecer y reafirmarse a sí mismo ante y con el peso de las estructuras institucionales, sociales, políticas, económicas y culturales que intentaron negar o borrar todo lo que alguna vez fue.
Creo que sólo se logra al reconocer finalmente la existencia y el significado de dicha violencia en nuestras vidas, en las vidas de nuestras familias, en las vidas de nuestras comunidades y en la vida de esta nación. Hasta entonces podremos dejarla atrás. Sin embargo, creo que eso no es algo que necesariamente hemos intentado hacer. La curación no existe hasta que no se cure en su totalidad un cuerpo. No puede curarse parte del cuerpo, tiene que curarse todo. Si vemos la nación como un cuerpo, entonces sigue enfermo, no está muy sano.
Todas estas negaciones, esfuerzos por silenciar, despojos y desplazamientos tienen su raíz en la violencia. Siguen en la violencia. Tal vez ya no sea una violencia física, pero existe y sigue existiendo violencia psíquica, violencia espiritual y violencia psicológica, así como violencia económica. La pobreza es una muy violenta realidad. Continuamos viendo varias manifestaciones de esta violencia, pero al mismo tiempo continuamos viendo que el pueblo se resiste. La resistencia de la que hablé anteriormente continúa.
Si queremos entender la guerra, no sería al juzgar quién tuvo o no la razón. Desde mi perspectiva, creo que lo que nos llevaría a otro plano de entendimiento es el reconocimiento, la aceptación de la realidad de la violencia arraigada en el desarrollo y en el establecimiento de la democracia y la forma en que todos vivimos con las consecuencias de esa violencia. Esa violencia deshumaniza tanto a quienes la perpetúan como a quienes la sufren. Así que en ese sentido, todos estamos deshumanizados.
¿Cómo podemos, como pueblo, comenzar a sanar las heridas causadas por la guerra y sus secuelas?
Creo que sólo se logra al reconocer finalmente la existencia y el significado de dicha violencia en nuestras vidas, en las vidas de nuestras familias, en las vidas de nuestras comunidades y en las vidas de esta nación. Hasta entonces podremos dejarla atrás. Sin embargo, creo que eso no es algo que necesariamente hemos intentado hacer. La curación no existe hasta que no se cure en su totalidad un cuerpo. No puede curarse parte del cuerpo, tiene que curarse todo. Si vemos la nación como un cuerpo, entonces sigue enfermo, no está muy sano.
Todos estamos interconectados y esta nación, este país no podría ser lo que es sin todos nosotros. Sin embargo, la conexión no se hace o no se hace con frecuencia. He hablado de la violencia, pero más allá de esa violencia, pudiéramos comprender la manera en que todos estamos interconectados, aunque algunos hayamos sido de los subyugados y otros de los opresores. Todos estamos interconectados. Tus privilegios se apoyan en mi trabajo y mi trabajo en el de alguien más. Estamos conectados. Todos formamos parte de esa tela que es este país. Para mí, como maestra e historiadora, es importante brindar una base para que los estudiantes vean y comprendan esas conexiones.
Para mí, lo que implica la curación es enfrentarse y confrontar la realidad. El idealismo que estuvo presente en la fundación de este país y en ese magnífico documento que es la Carta de Derechos y la Declaración de la Independencia, dicho idealismo también se compró con el trabajo de alguien. Para la mayoría de los suscritos de esos documentos, se compró con el trabajo de los esclavos y con el despojo y genocidio de las poblaciones indígenas.
Sigue presente ese idealismo. Yo soy muy idealista y creo que ya lo saben, quiero que funcionen esos principios. Sin embargo, también está presente la realidad de esa explotación y opresión y todo lo que conlleva.
Quienquiera [sic.] que seamos y cualquiera que sea la nación a la que pertenezcamos, ya sea México, Estados Unidos u otra parte, somos contradicciones de conflictos y contradicciones de historias. Nuestros yoes raciales, étnicos y culturales son, efectivamente, una fusión increíble de indígenas, africanos, europeos y asiáticos. Claramente, somos, al mismo tiempo, todos esos elementos y todas esas historias.
Desde mi punto de vista, si encaramos con honestidad esas realidades, hacemos causa común con otros que son diferentes a nosotros, ya sea por raza, género, orientación sexual o ingresos. Cualesquiera que sean esas diferencias, comenzamos a vernos como parte de la familia humana y comenzamos a ver que mis acciones te afectan y viceversa. Me parece que esa humanidad es una buena base; es una disposición a ser humanos uno con el otro, sin importar quién sea el otro, de verse uno mismo en el otro y querer hacer lo justo con ese otro. A mí me parece que ésa es la base del cambio. Es una base que cambiará la forma en que tratamos a la tierra. Creo que la maltratamos de la misma manera en que nos hemos maltratado mutuamente.
¿Qué cree que está en juego si no lo hacemos?
¿Qué está en juego? La continuación de la guerra, la continuación de la acrimonia, la rabia, el rencor, la desconfianza y el odio en base a los mismos problemas.
Tal vez el reconocerlo, y el aceptarlo no lo cambie inmediatamente; pero creo que ofrece una mayor posibilidad de cambio que no hacerlo. Porque para mí, de no ser así, la alternativa es la de seguir como hasta ahora: hablar sin vernos, culparnos mutuamente y rechazar la aceptación de responsabilidad.